Los enanos ayudantes de Santa
Claus no son demasiado astutos y se creyeron la patraña del fin de mundo. Con
sus ahorros de cien años –una cifra moderada, es sabido que el Viejo es cicatero
porque gasta solo en regalos- compraron un programa turístico en las Bahamas. Escaparon
con renos, trineos, estrellas y estelas
de colores. Agarraron una borrachera con viento de cola y no pararon de beber
hasta que el año nuevo estuvo bien entrado.
Santa, desesperado, advirtió la
catástrofe, pero ya no quedaba tiempo. Racionalizó la lista de regalos, excluyó
a las naciones cuestionadas por la OTAN, pero fue insuficiente. Tomó un crédito
con el FMI, externalizó la construcción de juguetes y contrató a varios Courier
para hacer el despacho.
Cuando los enanos quisieron
regresar a su trabajo, era tarde. Santa estaba quebrado y con arresto domiciliario
en un iglú mínimo. Bueno, el mundo no se acabó, pero sí la Navidad. Una pena,
porque se perdieron muchísimos negocios.